miércoles, 25 de noviembre de 2009

Cuentos de Bibliófilos

Guardas en papel, jaspeado, lomos fatiados, impresos en vitela, libros intonsos, ex libris y exdonos de personajes desaparecidos se citan cada noviembre en la Plaza Nueva. Por allí vagan los bibliófilos de toda estirpe, los vivos y los muertos, los que buscan con obsesión los libros raros para su biblioteca in progress con los que quedan minúsculas huellas de sus biografías, como papeles olvidados o cabellos o recuerdos en ejemplares que fueron suyos.


Hay un soliloquio de bibliólatras -porque esta fiebre libresca puede considerarse una religión- que plantan su altar a santa Wiborada, mártir salvadora de bibliotecas, a la que se encomiendan para encontrar primeras ediciones, libros raros o intonsos de páginas aún por desvirgar. Hay también en las casetas de esta Feria del Libro Antiguo y de Ocasión libros usados, baratos y con mil historias entre sus páginas. Y adivinamos los lectores que hay dentrás de estos volúmenes, imaginamos cómo eran por las frases subrayadas, por la doblez de la página en la que interrumpieron su lectura e incluso algunos detalles de gusto como el secreto de sus exlibris y hasta el día y por qué lo compraron.

Lo más terrible es ver los ejemplares dispersos de las bibliotecas devastadas, los libros de alguien que con cuidado formó su biblioteca para que al morir los despreocupados descendientes los vendieran en almoneda. Esos lectores difuntos sufren recorriendo las casetas de la Feria y los plúteos en los que se exhiben los tesoros que con tanto mimo compraron, cuidaron y leyeron.

Después del excepcional pregón con el que José Manuel Caballero Bonald inauguró una nueva edición de la Feria, esta cita libresca ha abierto sus puertas acogiendo a bibliófilos, bibliómanos, bibliópatas y hasta bibliófagos, que todo hay en toda esta extravagante familia.

Rodriguez Moñinol, que tanto lloró con la pérdida de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, vendida al millonario norteamericano Archer Huntinngtonn, decía de esta saga de letra heridos: "¡Mundo curioso, pintoresco, sutil, éste de los libros viejos!".

Y es curioso pensar que muchos libros viejos son fruto del azar y los milagros, pues se salvaron del fuego, de los derribos y hasta de las guerras, los pogroms o las revoluciones. Ejemplo de libros salvados son los ejemplares de las bibliotecas de la Ciudad Universitaria que sirvieron como parapeto de trincheras en la Guerra Civil. Aún se ven ejemplares atravesados por balas asesinas.

En realidad, se podrían recordar insólitas historias de boras rescatadas, pero también de libros perdidos definitivamente. El bibliófilo norteamericano Harry Elkins Widenor compró una gran biblioteca en Europa, pero a su regreso se embarcó en el Titanic. También se sabe que casi todos los ejemplares de El Melopeo y Maestro, de Pedro Cerone (Nápoles, 1613) se perdieron en el hundimiento del barco que los transportaba. Y Hernando Colón, el bibliófilo sevillano e hijo del almirante, después de recorrer media Europa comprando libros decidió embarcar los ejemplares adquidos en un navió que salió de Génova con el fin de seguir viajando libremente en busca de más volúmenes. Lo malo es que el barco naufragó y se perdieron para siempre aquellos libros que una vez compró el gran bibliófilo que, sin embargo, los inventarios anotando cuidadosamente la procedencia de cada ejemplar con un titulo hermosísimo: Memorial de los Libros Natufragados.

En esta Plaza Nueva se recuerdan también otras curiosísimas historias sobre bibliopatías como la del Marqués de Sade que encuaderno un libro con la piel de mujer o de aquel inglés que reunió 365 Ovidios, uno para cada día y uno más impreso en seda blanca con el que se amortajo. Cosas de Bibliógrafos......
Fuente: http://puntodeencuentroasociativo.blogspot.com/

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